Perspectivas

A los que niegan la existencia del coronavirus

Fotografía de Federico Parra | AFP

02/06/2020

«El negacionismo es, en sentido estricto, el estadio supremo del genocidio»

Bernard-Henri Lévy

A mediados del siglo XIX, Ignaz Semmelweis, un médico obstetra húngaro, estaba espantado por las elevadas cifras de muertes de mujeres que acababan de dar a luz. La circunstancia lo condujo a descubrir que lavarse las manos evitaba infecciones. Con esta sencilla orientación, los fallecimientos disminuyeron drásticamente. Una acción que ahora nos parece tan básica, no lo era hace apenas siglo y medio. En 1847, se lo propuso a sus colegas, quienes lo tildaron de loco, de charlatán.

Esto que le sucedió a Semmelweis no fue un caso aislado. En la historia de la ciencia estas situaciones han sido frecuentes. Cómo no recordar la condena de Giordano Bruno a la hoguera por afirmar que el universo era ilimitado y que las estrellas eran soles en torno a los cuales giraban planetas como el nuestro. También está el caso de Galileo, en cuyo juicio la Inquisición le mostró los instrumentos de tortura para obligarlo a retractarse de sus convicciones heliocéntricas.

¿A qué se debe este fenómeno de negar las evidencias?

La primera respuesta está en la teoría de la historicidad de la evolución de la ciencia. Thomas Kuhn, autor de La estructura de las revoluciones científicas (1962), expone que la ciencia está compuesta por grandes marcos conceptuales, los paradigmas, que articulan el saber de una época. Limitan lo que puede ser investigado y lo que no. Todo paradigma nace de la superación del paradigma anterior, pero tiene que esperar que muera la generación defensora del antiguo paradigma antes de que se acepte el nuevo.

El paradigma dominante dicta la ceguera selectiva de las evidencias que pueden poner en duda el nuevo paradigma. Si el científico obra de buena fe, debe estar abierto a considerar las nuevas evidencias. En caso de no hacerlo, incurre en una actitud que se ha denominado negacionismo.

La naturaleza del negacionismo

Los ejemplos clásicos de historia de la ciencia están referidos a los problemas de aceptación de un nuevo paradigma. El negacionismo parece estar relacionado al rechazo de paradigmas establecidos a favor de ideas radicales y controvertidas. Más bien, los negacionistas alegan que son los precursores de un nuevo paradigma al que se le niega el derecho a existir. Por eso, una estrategia argumentativa típica de estos es apelar al relativismo. Reducen las evidencias del adversario a una opinión, a la cual le pueden oponer otras. Parecen acogerse a la cuarta ley de Arthur C. Clarke: «Para cada experto hay un experto igual y opuesto».

En tal sentido, se puede describir el negacionismo como la elección de rehusarse a aceptar una realidad como forma de evitar una verdad psicológicamente incómoda. Las raíces del negacionismo se hunden profundamente en las pasiones, por tanto, se puede afirmar que su naturaleza es irracional, pues evade el reconocimiento de realidades empíricamente verificables.

Esta versión del negacionismo encuentra una explicación en el concepto de la disonancia cognitiva, cuyo término fue acuñado por el psicólogo estadounidense Leon Festinger. En su libro A Theory of Cognitive Dissonance, de 1957, Festinger explica: “El trasfondo básico de la teoría consiste en la noción de que el organismo humano trata de establecer armonía interna, consistencia o congruencia entre sus opiniones, actitudes, conocimientos y valores” (p. 260). En otras palabras, cuando el ser humano percibe una incoherencia entre sus creencias, surge la necesidad de restablecer la coherencia, aunque sea falsa.

Un famoso ejemplo se refiere al vicio del tabaquismo. En ese este entran en contradicción el instinto de conservar la salud y la adicción al cigarrillo. La solución disfuncional se encuentra en autocomplacerse justificándose a sí mismo diciendo que es mentira que el cigarrillo hace daño a la salud.

Los desvaríos negacionistas

Al comienzo de la pandemia de Covid-19, vimos no solo a ciudadanos de a pie, sino a muchos gobernantes negar el peligro del virus y decir que no era más que una simple gripe. También oímos innúmeras voces conspiranoicas, las cuales, además de sus ya clásicos sofismas, afirmaban que no era más que una treta de los gobiernos para aumentar el control sobre los ciudadanos. (Esto sin negar que muchos gobernantes autoritarios aprovecharon para pescar en río revuelto).

Antes, hemos sido testigos de muchas negaciones. La del SIDA, la de la existencia del cambio climático, la negación de la importancia y necesidad de las vacunas para prevenir determinadas enfermedades, entre muchas otras. El más pintoresco negacionismo consiste en la refutación de la esfericidad de nuestro planeta por parte de los convencidos defensores de la Tierra Plana.

Mención especial merece la negación de genocidios sistemáticos, como el holocausto armenio en 1915 perpetrado por los turcos, así como el holocausto judío autoría de los nazis en los años cuarenta del siglo pasado. Paradójicamente son negados por aquellos a quienes les complacería que se repitieran esos desdichados hechos históricos. En estos casos, el origen pasional del negacionismo puede estar conectado a agendas ocultas. Entre sus motivaciones se incluyen el fanatismo o el interés, ya sea religioso o político.

Con este tema hay una película reveladora, Negación (2016) de Mick Jackson. El mismo director de El guardaespaldas (1992). El argumento nos cuenta el juicio por difamación al que fue sometida Deborah Lipstadt, profesora norteamericana, especialista en el holocausto judío, quien había calificado de mentiroso al negacionista británico David Irving, quien estaba empeñado en propagar la idea de que no hubo exterminio en Auschwitz, y que el mismo Hitler nunca aprobó la llamada ‘solución final’. Así que la profesora se ve en el difícil trance de demostrar que el Holocausto ciertamente fue una realidad histórica. Con valentía, Lipstadt lleva a cabo la defensa de un hecho incuestionable, así como los principios éticos del humanismo que se ven negados por los nostálgicos del nazismo.

La hipnosis ideológica  

En casos tan radicales como el nazismo, la explicación del negacionismo exige ser profundizada, pues entramos en una nueva dimensión. Ahora, no se trata solo de desconocer un hecho científico, sino de arrebatar la humanidad a otras personas.

Para lograr esto es necesario hacer un lavado de cerebro a las masas, el cual solo puede ser explicado como una combinación de ideología e hipnosis, tal como hace Robert Anton Wilson, pensador ácrata e investigador del fenómeno de la manipulación mental. Según dice Wilson, en su brillante articulo Creative Agnosticism, los totalitarismos utilizan una retórica capaz de producir un profundo sueño ideológico. En tal estado de trance, las evidencias dejan de ser un problema, porque el pensamiento crítico desaparece. Las masas han entrado en la visión del túnel de los hipnotizadores. Este proceso de seducción mental exige un terreno abonado por sujetos dispuestos a ser eximidos del fracaso de su propia existencia, para así encontrar algún chivo expiatorio a fin de endosarle la culpa.

Wilson dibuja dos personajes conceptuales para describir el proceso progresivo de degradación moral. El primer grado está representado por el Hombre Correcto, el sujeto que está convencido de que posee la virtud de nunca equivocarse, es decir, solo es verdadera su visión de túnel de la realidad. El segundo grado está encarnado por el personaje del Macho Violento, quien considera que tiene la potestad de exterminar a quienes amenazan su visión de túnel de la realidad. Este último personaje encarna lo que Norbert Bilbeny llama el “idiota moral”, quien está convencido de que el fin justifica los medios y no hace uso del pensamiento para corregir esta falacia ética.

De esta manera tiene lugar la más siniestra de las bodas. La unión de la visión del túnel con el resentimiento. El resultado consiste en apagar la sensibilidad que percibe el valor de la vida humana. Tan solo queda vengar una ofensa justificada en una fantasía enfermiza. Por este camino, se crea una actitud psicópata, la cual se alimenta del círculo vicioso de representación distorsionada de la realidad con bajas pasiones. Si esto lo combinamos con burocratismo, obtenemos como resultado el concepto de “banalidad del mal” de Hannah Arendt.

La anomalía quijotesca

Según Cicerón, la evidencia es la más decisiva demostración. Quienes niegan las pruebas consistentes lo hacen tomados por una ignorancia particular: la que rechaza deliberadamente el conocimiento. La forma más infame de negacionismo es cuando va unida a la “idiotez moral” que señala Norbert Bilbeny: la que despoja de humanidad a los semejantes. Entonces, el negacionismo aspira a la licencia de liberar las pulsiones sádicas.

Existen situaciones excepcionales donde pasar por encima de las evidencias puede tener alguna razón válida. Tal es el caso de Don Quijote, quien, en su locura, rechaza la esfera de la normalidad compartida. Pero no lo hace para manipular. Su propósito es escapar de un mundo sin poesía, carente de sentido. Como dice Claudio Magris, en Utopía y desencanto: “(Don Quijote) entiende que el mundo no está completo ni es verdadero si no se va en busca de ese yelmo hechizado y esa beldad luminosa”. Si bien el caballero de la triste figura puede evadirse de su realidad, el atenuante es que no lo hace desde la perspectiva del “idiota moral” que describe Bilbeny.

Es saludable mantenernos alejados del negacionismo. Sobre todo en situaciones tan graves como la que ha ocasionado el SARS-CoV-2. Tom Frieden, exdirector de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, afirmó que “las últimas pandemias de influenza moderadamente severas sucedieron en 1957 y 1968; cada una mató a más de un millón de personas en todo el mundo”. Y agregó que “aunque estamos mucho más preparados que en el pasado, también estamos mucho más interconectados, y muchas más personas hoy en día tienen problemas de salud crónicos que hacen que las infecciones virales sean particularmente peligrosas”.

A la fecha, la Covid-19 pasa de los 6 millones de infectados y nos acercamos a los 400.000 fallecidos globalmente. Sin embargo, son demasiados los que siguen descreyendo de la enfermedad “porque todavía no han visto el primer enfermo”. Cuidado. Muchas veces terminamos siendo el ejemplo contrafactual de lo que decimos. El desafío consiste en mantener la ponderación. Como decía el físico teórico Richard Feynman: «Hay que tener la mente abierta. Pero no tanto como para que se nos caiga el cerebro».


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