COVID-19

Buenos Aires en cuarentena: onírica

14/04/2020

Fotografía de Santiago Sito | Flickr

Soñé que no podía leer tus mensajes: nuestra conversación en WhatsApp se había llenado de caracteres chinos. Al principio trataba de descifrarlos, pero acababa angustiándome y, aunque sabía que no debía, salía a la calle en busca de alguien que me ayudara a traducirlos. Avanzaba con la espalda pegada a las paredes, me detenía en las esquinas y asomaba un ojo. De repente, dos policías me daban la voz de alto: querían saber si había salido de mi casa a escuchar una canción. La pregunta me tranquilizaba y por un segundo sentía que estaba en compañía de unos amigos: les mostraba el teléfono y los tres pegábamos las cabezas ante la pantalla invadida por aquella escritura china. Al cabo de unos segundos, no obstante, uno de los agentes retrocedía y concluía que mi celular estaba lleno de virus: la conclusión era que debía ir preso por poner en riesgo a los vecinos. El anuncio hacía que me invadiera nuevamente una sensación de zozobra.

Una de las pocas reflexiones, si no la única, que Marlow hace acerca de la forma que tiene su propia narración en El corazón de las tinieblas, es justamente aquella en la que supone estar contando el relato de un sueño: “Me parece que estoy haciendo un vano esfuerzo…”. Concentrado en narrar nada menos que una travesía hacia el horror, a Marlow le preocupa la efectividad del relato: “transmitir esa noción de ser capturados por lo increíble que es la misma esencia de los sueños”. La garantía de una narración, dijo Piglia, depende de la implicación de quien lo recibe: “cuando me cuentan un sueño, trato de ver si estoy yo en el sueño, porque eso haría al sueño un poco más interesante”. Entonces, si el relato de la pandemia nos involucra a todos, cabe preguntar qué maniobras operarían con eficacia en su construcción.

Más que la de una novela de ciencia ficción, la pandemia reproduce la atmósfera de un sueño: la uniformidad de los días, las horas en silencio, la distancia entre humanos, nos ha ido distanciando de la realidad al tiempo que la ha ido cargando de contenidos que componen el centro de la literatura fantástica. La monotonía, la repetición y la impresión de estar redundando en una misma jornada, ha generado nuevos efectos: anoche llovió y por un momento llegué a sentir que estaba teniendo una conversación. Esta expectativa nerviosa, envuelta por cierto halo melancólico, no reenvía en lo más mínimo a la paz: los días conservan un estado de ánimo intranquilo, propio de los climas oníricos. Hemos sido capturados, como dice Marlow, “por lo increíble que es la misma esencia de los sueños”.

Posiblemente, en un par de semanas, cuando nos pongamos al día acerca de lo que hicimos durante la cuarentena (a la manera en la que lo pensaba Jung, para quien los sueños no eran del todo individuales, sino que hacían parte, como un río interminable, de una gran red comunitaria), la puesta en común de nuestro relato alcance la forma de una gran pesadilla colectiva. Me pregunto qué punto de aquel sueño comunal atravesamos.

Me desperté cuando los policías procedían a esposarme. Estaba despavorido: con una potencia muy particular, me había traído del sueño una sensación angustiante que insistió durante un rato en la vigilia. Inmediatamente busqué el celular para contarte: escuché una nota de voz en la que me decías que no podías escribirme porque se te había mojado el teléfono y era imposible leer lo que estaba en la pantalla.


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