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El coronavirus y los presidentes desnudos

08/04/2020

AMLO (der.) y el gobernador de Morelos, Cuauhtemoc Blanco. Fotografía de picture-alliance | Zuma | El Universal

La feroz COVID-19, que ha infectado a 1,2 millones de personas en el mundo y ha causado la muerte de más de 68.000, es como el niño de la fábula de El rey desnudo, quien, sin pudor, tapujos ni remordimientos, apunta con el dedo a la autoridad y dice, en voz alta y clara, lo que otros no se atreven.

La historia escrita por Hans Christian Andersen en el siglo XIX trata de un rey que, aunque generalmente gentil, se preocupaba más por cómo era visto y lo que decían de él que por lo que realmente era. Así, el rey, preocupado por su apariencia y embriagado por su imagen pública, contactó con unos estafadores que, aprovechando su debilidad, le hicieron creer que le confeccionaron la indumentaria más extraordinaria del mundo, pero que solo los más listos y fieles podrían verla. El rey, convencido de que no era estúpido y que la nueva indumentaria lo hacía irresistible, inmune, desfiló ante sus fieles súbditos, acostumbrados, como es común, a no contradecir a las autoridades. Y entre la multitud, un niño, con espontánea claridad y crudeza, dijo en voz alta: «El rey está desnudo».

Hoy, el letal virus no solo muestra al desnudo todas las deficiencias y abusos de los modelos económicos que rigen al mundo, sino que también tiene el poder de mostrar al desnudo a todos aquellos hombres y mujeres que caminan vestidos con la «extraordinaria indumentaria del poder» —como el rey desnudo—, habitualmente más preocupados por como son vistos que por lo que son y realmente hacen.

Todos los jefes de Estado y de Gobierno del mundo están desnudos ante la crisis del coronavirus, sin importar el tamaño de la nación, o si son neoliberales o comunistas, demócratas o autoritarios, conservadores o populistas; en esta hora de la verdad se exhiben como son. Donald Trump, presidente de Estados Unidos; Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido; Shinzo Abe, primer ministro de Japón; Jair Bolsonaro, presidente de Brasil; y Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, son tan solo algunos ejemplos.

Todos ellos tienen un común denominador: menospreciaron la pandemia y ahora deben enfrentar los costos humanos, económicos y políticos de esa decisión. En particular, la irresponsabilidad verbal y activa de algunos de ellos ha contribuido a que la crisis sanitaria se agrave en sus países.

Y como en esta cruel situación los errores no se miden en índices de popularidad, sino en número de personas infectadas y de muertos, no hay ningún espacio para acusar de complot a los adversarios. No hay palabrería o politiquería que pueda borrar o hacer palidecer esos números.

El largo letargo en que la sociedad y muchos medios de comunicación se habían sumido desde diciembre de 2018, cuando el primer presidente de izquierda en México llegó al poder, ha terminado. No hay más tiempo para que López Obrador, como el rey de la fábula, siga preocupado de sí mismo, en sostener su imagen pública de buen samaritano para conseguir las pasajeras loas de sus incondicionales. Es hora, como sucede con Trump, Johnson, Abe y Bolsonaro, de actuar contra la pandemia, aunque sea de forma tardía.

Italia seguirá siendo por poco tiempo la nación donde más personas ha muerto a causa del coronavirus. Mientras en este país comienza una constante baja de nuevos infectados y pacientes en terapia intensiva, en España y Estados Unidos los números aumentan dramáticamente. En este último, las propias autoridades ya comparan la peor parte por venir con el bombardeo a Pearl Harbor, durante la Segunda Guerra Mundial, o el atentado terrorista en Nueva York en septiembre de 2001.

El presidente de México insistentemente ha minimizado la pandemia y, aprovechándose de su investidura presidencial, ha hecho creer a la sociedad mexicana que es inmune al virus que arrasa al mundo. Del mismo modo, ha emitido información médica equivocada, ha usado figuras del catolicismo, la superstición, el lenguaje dicharachero popular e históricos complejos sociológicos. Cuando en paralelo, y solo para mostrar una realidad indiscutible, su Gobierno no ha sido capaz de evitar el brote del virus del sarampión en la Ciudad de México, ni de controlar su crecimiento. En menos de 30 días pasó de cuatro casos a más de 100. Un virus que estaba prácticamente erradicado desde hace 20 años.

Estas son algunas declaraciones del presidente de México sobre la pandemia:

28 de febrero: «… quiero que se explique con precisión sobre la gravedad del coronavirus… porque no es, repito, según la información que se tiene, algo terrible, fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza…».

2 de marzo: «Miren lo del coronavirus, eso de que no se puede uno abrazar, hay que abrazarse, no pasa nada…».

16 de marzo.: «… México ha resistido muchas calamidades por nuestra cultura, la cultura nos ha protegido y nos ha sacado adelante; por nuestra cultura hemos salido adelante y hemos enfrentado terremotos, inundaciones, epidemias, malos Gobiernos…».

Para esos días AMLO seguía en giras públicas por el país. Su presencia provocaba la reunión de decenas de personas y, sin guardar ningún tipo de precaución sanitaria, abrazaba y besaba a sus seguidores.

El 18 de marzo, en pleno agravamiento de la crisis del coronavirus el presidente presentó sus amuletos contra el letal virus: «El escudo protector, es como el detente, el escudo protector es la honestidad, eso es lo que protege (del coronavirus), el no permitir la corrupción». Y hurgando en su cartera sacó de ahí una estampilla con una oración y dijo tener un trébol de la buena suerte.

«Los mexicanos por nuestra cultura somos muy resistentes a todas las calamidades, siempre hemos salido adelante y en esta ocasión vamos a salir adelante», dijo el mandatario el 2 de abril. «… vamos a salir fortalecidos, o sea, que nos vino esto (coronavirus) como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación», afirmó el mandatario el 22 de marzo.

Y añadió: «Nos estamos preparando, nada más que no debemos espantarnos…y no dejen de salir, todavía estamos en la primera fase. Yo les voy a decir cuando no salir, pero si pueden y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas, porque eso es fortalecer la economía…».

Fue hasta el 30 de marzo que el Gobierno de México declaró la emergencia nacional e impuso restricciones hasta el 30 de abril a las actividades no esenciales en los sectores público y privado. Hasta el momento no hay ninguna orden del Gobierno de cuarentena obligatoria ni para casos confirmados de personas infectadas con coronavirus ni para casos sospechosos.

«Esta crisis es pasajera, transitoria, pronto regresará la normalidad…», dijo el mandatario el 5 de abril, mientras la moneda mexicana sufre una severa devaluación, y el número de muertos crece.

Todas las naciones del planeta en su conjunto, de polo a polo, están atravesando por una de las crisis más duras de los últimos tiempos, solo equiparable a la Segunda Guerra Mundial. Y, en este mundo globalizado, no existe ninguna nación —no importa el mantra que rece— que no vaya a ser afectada directa e indirectamente por las repercusiones sociales y económicas de esta pandemia. Y el presidente de México —el décimo país más poblado del mundo con más de 120 millones de habitantes—, aún con su trébol de la buena fortuna, sus oraciones en el bolsillo, su fe en la cultura milenaria mexicana, no podrá evitarlo.

AMLO no se da cuenta pero desfila desnudo ante los ojos del pueblo. La COVID-19 lo apunta con el dedo, lo delata en voz alta mientras todos lo miran y escuchan. Y si le sirve de consuelo, él no es el único. (few)


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