COVID-19

¿Estamos listos para reabrir? Cuándo y cómo reanudar la actividad económica

Fotografía de Dimitar DILKOFF | AFP

21/04/2020

Cuando cundió el pánico por la aceleración de los contagios del Covid-19, el dilema entre salvar vidas o empleos se resolvió sin mayor dubitación a favor de las vidas. No había forma de preservar la actividad productiva si no se atajaba la pandemia desbocada. Ahora, a la vista de la destrucción económica que en pocas semanas ha causado el aislamiento social, la preocupación es otra: también el desempleo, la pobreza y la desesperación se cobran vidas, aunque no se vean de inmediato. Por ello es que, paradójicamente, la solución del dilema inicial se ha invertido: cada día más, necesitamos salvar empleos para salvar vidas. Un dilema que pensábamos nos estaba forzando a tomar decisiones opuestas entre sí, no ha resultado ser tan antagónico, por cuanto la pandemia ha demostrado que vidas y trabajos están íntimamente entrelazadas.

No sabemos cuántas muertes va a causar la pandemia este año a nivel mundial, pero serán apenas una fracción de las muertes causadas cada año por la pobreza (enfermedades evitables), la desesperación (alcoholismo, drogadicción y suicidios) y el crimen. El incremento de estos tres elementos, de la mano de la paralización económica mundial, será más letal en el mediano plazo que el mismo virus.

El aislamiento social ha empezado también a poner a prueba la tolerancia de los ciudadanos frente a la paralización de la vida diaria. Especialmente en los países avanzados que están mostrando un buen progreso en el control de la pandemia, la gente está dando muestras de “hastío” y de creciente irrespeto de las normas de aislamiento. Y en los países más pobres, los duros imperativos de la sobrevivencia diaria hacen todavía más intolerable la política de contención social y más justificado su incumplimiento caótico. Este cansancio le añade otro componente de peligrosidad a la situación actual, ya que puede llevar a decisiones apresuradas.

1. Criterios para suspender las cuarentenas generalizadas

En la medida en que la pandemia se ha ido controlando, es imperativo que los gobiernos preparen sin dilación planes bien fundamentados para reanudar las actividades sociales y económicas. Más allá de las presiones de obreros y empresarios, o de los cálculos de los políticos, las decisiones deben tener una sólida fundamentación en consideraciones epidemiológicas. Nunca la ciencia médica y la ciencia económica habían estado tan interconectadas. Y pocas veces antes se había producido tal cantidad de estudios en tan corto tiempo sobre las estrategias a seguir. Hay consenso sobre que nada lograremos, si el cese progresivo de las cuarentenas no se hace sobre la base de razonables avances epidemiológicos. Si fracasamos, las subsiguientes oleadas de infecciones causarían un daño quizás aún mayor para la restauración de la vida social y económica, porque resquebrajarían de manera profunda la confianza de los ciudadanos.

Los expertos han determinado condiciones muy claras para que el levantamiento progresivo de las cuarentenas generalizadas, las cuales deben estar todas presentes concomitantemente:

  1. Una reducción sostenida de nuevos casos de infectados durante por lo menos 14 días
  2. Capacidad suficiente del sistema sanitario para atender bajo condiciones de normalidad los casos infecciosos y darles un tratamiento terapéutico efectivo
  3. Capacidad de efectuar test a todos los casos sintomáticos, a todo el personal esencial y a muestras representativas de asintomáticos para tratarlos o aislarlos adecuadamente.
  4. Capacidad de rastrear y reconstruir las redes de las infecciones y de tomar medidas efectivas de contención.

Son los gobiernos los que tienen la información para evaluar si existen realmente estas capacidades. Lamentablemente, los gobiernos, especialmente los menos democráticos o con instituciones más débiles, tienden a no decir la verdad cuando ésta no les favorece. Es criminal torcer la realidad de las cosas cuando se están tomando decisiones que afectarán las vidas de miles de personas. Otras veces, ni siquiera saben lo que está pasando porque no testean: un grupo de científicos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford ha encontrado que los casos realmente infectados en la región de Santa Clara, California, han sido entre 50 y 85 veces más que los casos “confirmados” oficialmente.

El cuadro anterior da una idea quiénes han tenido capacidad de monitoreo y sistemas sanitarios más adecuados en el mundo desarrollado occidental. Destaca Alemania como líder en menos casos infectados, pero, sobre todo, en menos muertes por millón de habitantes. Llama la atención el caso de Suiza, donde la pandemia ha sido grave, con más infectados incluso que Italia, pero con un sistema sanitario que ha contenido el número de muertes. Estados Unidos también destaca positivamente en su capacidad de limitar el número relativo de muertes. El palmarés en número de contagios y número de muertos por millón se lo llevan Italia y España, lo cual habla muy mal de sus sistemas sanitarios y de su gestión de crisis.

En el ámbito latinoamericano, el cuadro muestra que todavía la mayor parte de los países están en las fases iniciales de la pandemia, o han sabido escarmentar en cabeza ajena y han tomado medidas de contención social más rápido. La evolución de Chile y Ecuador, sin embargo, dan una señal de alerta, porque ambos han sextuplicado el número de casos en las tres primeras semanas de abril. El caso de Venezuela es llamativo y refleja dos cosas: medidas de aislamiento muy estrictas y carencia de test y data para conocer la situación real.

Para evaluar el éxito en la reducción de nuevos casos infecciosos, los bio-estadísticos observan principalmente la evolución del indicador R0 (índice de contagios), que mide la cantidad de personas que cada nuevo infectado contagia en promedio. En la fase inicial de la pandemia, cuando todavía no se han implantado medidas de contención social, R0 suele ser igual o mayor a 2.5, significando que cada infectado nuevo contagiará a dos personas y medio, lo cual conducirá a un crecimiento exponencial de las infecciones.  Con las medidas de contención social, se persigue que R0 caiga por debajo de 1, que es la única forma de reducir el número de infectados y aplanar la curva epidemiológica. La duración de la cuarentena generalizada dependerá de qué tan rápido se logre reducir el indicador de nuevos contagios. Algunos modelos apuntan a que si se quiere que no dure más de 8 semanas, habrá que llevar el indicador a 0.5 o menos. Cuál debe ser este valor exacto en cada país, dependerá de qué tan preparado esté su sistema sanitario para manejar los infectados sin ser estresado al punto de hacer peligrar vidas que en condiciones normales pudieran ser salvadas.

La capacidad de testear y de rastrear los casos ha demostrado ser clave en todo este proceso de manejo de la pandemia, durante el que se ha evidenciado una clara correlación entre esta capacidad y la reducción de la velocidad de propagación del virus. El cuadro muestra Países como Corea del Sur, Alemania, Italia y España, que están efectuando mayor cantidad de test per cápita, han tenido una tasa de crecimiento de casos confirmados inferior al 2.5 por ciento a mediados de abril, mientras que los países con menor volumen de test per cápita (Japón y Gran Bretaña) reflejan crecimientos de casos confirmados superiores cercanos al seis por ciento. Por otra parte, quien no testea y rastrea, está a ciegas, no es efectivo en sus intervenciones y no tiene más remedio que castigar a sus ciudadanos con más aislamiento del que sería necesario con mejor información. En el proceso de reapertura, la estrategia es pasar de la cuarentena generalizada a la cuarentena de precisión, para lo cual se necesitan datos también precisos.

Mucha polémica ha suscitado el uso de tecnologías basadas en smartphones que permiten el rastreo de los ciudadanos día y noche para conocer y alertar sobre los patrones de infección. En las culturas democráticas occidentales hay mucho celo en preservar la privacidad de la data. Es posible, sin embargo, levantar ciertos muros de protección que garanticen el uso exclusivo de la data para el combate de la pandemia y sólo mientras ésta dure.

Se supone que el doloroso período de cuarentenas generalizadas ha debido servir para que los gobiernos hayan desarrollado las cuatro condiciones médicas antes enumeradas. Los que no hayan hecho su tarea, deberán prorrogar el aislamiento y serán ellos mismos sometidos a aislamiento por parte del resto del mundo. Y si comenten la imprudencia de levantar prematuramente las cuarentenas, la aparición de nuevas oleadas infecciosas será inevitable, con un inmenso costo social y económico. Los ciudadanos tendrán que exigir responsabilidades a sus gobernantes.

2. Proceso gradual de reanudación de la vida social y económica

Las cuarentenas son duras de sobrellevar para todos, pero especialmente para los que necesitan salir todos los días a la calle a ganarse el sustento, para los que se han quedado sin empleo y tienen un futuro incierto o para los que viven condiciones físicas o sociales propensas al abuso y la violencia. En las fases iniciales, la necesidad de autoprotección y los sentimientos de solidaridad ofrecieron suficiente motivación para compensar las incomodidades. En la medida en que la emergencia médica ha ido disminuyendo, sin embargo, más privan consideraciones utilitarias y personales, más conciencia hay del costo del aislamiento y más difícil es mantener el apoyo de la población a la contención social.

Los gobiernos han empezado a dar a conocer sus planes respectivos de desmontaje progresivo de las medidas de aislamiento social. Informar anticipadamente a la ciudadanía sobre los planes es una forma de reducir presión social y bajar los niveles de ansiedad. Estos continúan siendo tiempos de gran responsabilidad para los gobernantes que toman las decisiones, porque Covid-19 estará entre nosotros todavía por un buen tiempo. Hay noticias positivas sobre desarrollos de vacunas, algunas de ellas ya en pase de pruebas, pero no parece realista pensar que tendremos una vacunación masiva a nivel mundial antes de mediados de 2021. También se están probando medicamentos existentes que parecen efectivos en reducir los efectos más perniciosos del ataque infeccioso, pero su fabricación y difusión a gran escala llevará tiempo también. En cualquier caso, los gobiernos no pueden eludir su responsabilidad de organizar la reapertura gradual de actividades sin esperar un día más de lo necesario.

Tendremos muy probablemente rebrotes infecciosos que obligarán a reinstaurar parcialmente restricciones de la vida social y productiva. Salvo casos lamentables de países fracasados, hay motivos para confiar en que los sistemas sanitarios estarán cada vez mejor preparados para manejar las nuevas fases de pandemia y reducir las muertes. En los actuales momentos, no es sensato ni socialmente justificable esperar a que desaparezcan las infecciones (R0=0) para empezar a levantar las cuarentonas. Donde hay consenso entre los expertos es que los grupos más vulnerables, especialmente las personas mayores de edad y los que tienen condiciones médicas preexistentes de vulnerabilidad, deberían mantenerse voluntariamente en cuarentena hasta que el riesgo de contagio se minimice.

Que nadie espere, sin embargo, que la reapertura será tan sencilla como pasar el interruptor de OFF a ON. Será un proceso lento y gradual. Lo lógico es reanudar la actividad en aquellas industrias que cerraron más tarde, como son la construcción y la manufactura, porque son las que permiten un mejor distanciamiento social, tal como lo han empezado a hacer Italia, España, Austria y los países escandinavos. Los mayoristas y almacenistas deberían poder también retornar y prepararse para reabastecer el comercio, el cual deberá empezar a reactivarse progresivamente desde los pequeños establecimientos hasta las grandes superficies. Restaurantes podrán abrir en la medida de que su espacio físico permita mantener la distancia física necesaria, al igual que el transporte público.  Y así progresivamente en otras áreas.

Un elemento muy favorable en el proceso de apertura será la cultura de higiene y protección que toda la población ya ha asumido como parte habitual de sus vidas. Todas las instituciones y empresas han elaborado protocolos de protección que ralentizarán los posibles futuros contagios.

La industria de la hospitalidad y hostelería puede también reabrirse paulatinamente conforme los protocolos sanitarios lo vayan permitiendo, pero el problema será aquí la desaparición de la demanda. Este sector, al igual que las líneas aéreas, va a ser uno de los más afectados durante y después de la pandemia, no tanto por los cierres impuestos por las autoridades cuanto por la inhibición de las personas a viajar y vacacionar. Mientras no se desarrollen protocolos confiables de detección in situ (a pie de avión) de personas infectadas, los países no van a levantar las prohibiciones de viajes internacionales.

Consideración especial merecen los niños y las escuelas. El encerramiento ha sido especialmente duro y disruptivo para los niños desde el punto de vista de su desarrollo físico, emocional y formativo. La población infantil y juvenil ha demostrado ser la menos vulnerable a la pandemia. Está ganando fuerza la opinión experta de que retomar gradualmente las actividades escolares es un riesgo que merece la pena ser asumido más pronto que tarde en vista de la importancia de la educación y de los severos daños que un tiempo prolongado de cierre escolar infringe en los niños, especialmente en las edades tempranas.

Lo recomendable es que se inicie gradualmente la educación presencial en los niveles de edades en los que los niños sean capaces de acatar las medidas de higiene y de distancia social. Otros protocolos, como tamaño de los salones de clase, número de alumnos, duración de la jornada, etc., deberán ser aplicados también. Si los resultados sanitarios son manejables, el resto de los niveles de edad, inferiores y superiores, pueden incorporarse gradualmente. Cuanto más eficiente sea la educación a distancia, lo cual ocurre típicamente en los niveles superiores, menor urgencia habrá de restituir las clases presenciales. La educación superior bien puede esperar hasta el fin del verano.

Aun cuando no es esa la motivación, la reapertura escolar gradual haría más fácil la reincorporación de los padres a sus actividades laborales. Evidentemente, padres y educadores deben estar de acuerdo con la reanudación escolar y las escuelas deben mantener por el tiempo necesario la oferta de educación a distancia para quienes decidan no mandar sus hijos a la escuela.

La vuelta a la “nueva” normalidad –porque la vieja ya se fue para siempre– tardará lo que nos cueste neutralizar el Covid-19, lo cual sucederá cuando desaparezca la angustia de ser contagiado. Y esto, a su vez, sucederá cuando todos estemos inmunizados, ya sea porque hemos sufrido y superado la enfermedad o porque hemos sido vacunados. Es difícil imaginarse que podamos llegar a este punto antes de fines de 2021. La buena noticia es que no necesitaremos aislarnos todo el tiempo en nuestras casas mientras tanto, porque hemos aprendido muchas lecciones de cómo protegernos y curarnos.


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