COVID-19

Nueva York: apuntes sobre el fin de algo

Fotografía del usuario Eden, Janine and Jim | Flickr

25/03/2020

10 de marzo

Fue el último día que salí. Fue un martes con una jornada más o menos normal, en la que peleé con el conductor de una gandola enorme al bloquearme el paso. Ese martes equívoco, fue también la última vez que transpiré al aire libre, que vi un taller mecánico abierto, y a unos obreros operando un camión dentro de una construcción. Estaba perdido, desorientado por culpa de una dirección mal dada a través de Google maps. Esos números de la casa de VM, serían los últimos dígitos urbanos que tendría que perseguir en mucho tiempo.

Regresando de Queens hacia mi casa en Brooklyn, con la luz alternándose en las ventanas del metro sobre un puente, leí un artículo sobre Recadi, aquel órgano cambiario que causó tanto escándalo en materia de divisas y corrupción en la Venezuela de los 80. De manera que estuve riéndome con el ingenio de José Ignacio Cabrujas, mientras el tren me llevaba de vuelta, mientras Twitter se preparaba para la mayor oleada de consumo de megas en su historia y mientras Estados Unidos, como el resto del mundo, se preparaba en cuenta regresiva para contener la respiración.

18 de marzo

Escucho un audio que me envía AS, un buen amigo, estudiante de un PhD en Columbia University. Es una nota de voz de Whatsapp. Se escucha a un primo suyo, médico, que reside y trabaja en Pennsilvania. Da cuenta de lo que ha visto en su práctica. Comenta que atendió a un paciente de 40 años que probablemente no sobreviva, dado su estado crítico. Con ello le advierte a su primo, que tiene 35 y de rebote a mí, de 31, que a diferencia de lo que se dice en redes, los menores de 40 años no están exentos de los estragos del virus. Predice que al superarse la capacidad hospitalaria o de cuidados intensivos en Nueva York y Washington, se empezarán a remitir los casos a su localidad.

Es extrañísimo que en New York City no haya algo. Esta es la ciudad de la abundancia. De la excentricidad que, de hecho, desplaza al dinero. Aquí hay y se ven joyas, apartamentos y prendas de vestir que escapan a la noción de salario, de salario anual, y de salario anual multiplicado por cincuenta. La opulencia de Moscú, Tokio o París no es nada si no se avala primero aquí, sobre el esqueleto de la Quinta Avenida. Ahora resulta que sí. Llegó la falta. Faltan respiradores.

¿Qué pasa con los respiradores? Los casos complejos a causa de la COVID-19 requieren de un coma inducido que reduce la actividad pulmonar y colabora en la supervivencia del paciente. La cosa es que ese no es un tratamiento frecuente. Y donde solía hacer falta uno o dos de esos aparatos, de pronto podrían hacer faltar decenas, cientos. La carestía y el desabastecimiento de pronto empezaron a poblar los titulares de medios y redes. También los discursos de nuestros dos líderes locales: Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York y Bill DiBlasio, alcalde de la ciudad.

En Twitter, uno de los tantos mensajes a los que se accede gracias a los vínculos de “tendencias”, sugiere no comprar más tapabocas o guantes para uso personal, de manera que los inventarios se preserven para el personal sanitario.

Estando en la computadora, volteo la cabeza y veo los asuntos pendientes escritos en una pizarra blanca. Nombres de personas, llamadas, proyectos en marcha, mails por enviar. Todo queda suspendido. Es interesante. Nada se ha acabado. Todo se ha suspendido.

Veo a mis roommates, veo las maneras de cada uno de relacionarse con una coyuntura como ésta. Somos cuatro en un apartamento de dos pisos. Una argentina, un mexicano, una canadiense y yo. En paralelo, durante todos estos días, avanza la contienda dentro del partido demócrata por conocer y determinar su candidato para las próximas presidenciales. “Joe Biden arrasa en Florida, vence en Illinois y consigue Arizona” es algo que veo en mi timeline a las 3:10am.

La consciencia del tiempo escasea o sencillamente no importa. Afuera todavía es invierno, pero en este momento todo el mundo tiene un concepto laxo del ahora y el después, esperando solamente la noticia siguiente: finalmente una cuarentena, el cierre de fronteras, o si un vuelo podrá despegar.

M me dice que una fuente suya, que trabaja en el City Hall le comentó que mañana podría ser anunciada una cuarentena en la ciudad. Están pensando hacerlo por dos meses. Solo se saldría para comprar comida o ir a la farmacia. M es en este momento mi pareja. La conclusión: no nos veremos en dos meses, a pesar de vivir en la misma ciudad, a unos 40 minutos en metro el uno del otro.

Si la restricción fuese parcial, ya ella calculó cuánto tomaría llegar de una casa a la otra a pie. Unas dos horas. Cincuenta minutos de mi apartamento en Brooklyn hasta el puente de Williamsburg a muy buen paso, para cruzarlo, llegar al Lower East Side y de allí emprender hacia Hells Kitchen, donde ella vive.

Le tocó ir a su oficina a revisar el correo. Lo hace con unos guantes especiales que le encomendaron para tal tarea. Me llama desde su escritorio. Me muestra la vista. El día está bellísimo. Trabaja en el piso 42 del Empire State. Me dice que calcula que hay más o menos una persona por oficina. También que la oficina está hecha un asco, porque la gente dejó cosas que estaban usando o consumiendo cuando se fueron, alarmados, espantados. Vasos, paquetes de galletas abiertos, etc. La imagen de un espacio que quedó vacío de pronto. De gente que se tiene que ir huyendo. Recogió y limpio un poco. Luego regresó a su casa caminando.

Antes de ir a su oficina, visitó el apartamento de una amiga con el fin de atender sus plantas. Ella está en Sudamérica con su familia y le pidió el favor. Desde la sala del apartamento, detrás de las plantas, una ventana le permitía ver el edificio donde trabaja. Hizo una foto señalando que tanto las plantas como el Empire resumían la jornada de su día.

El 18 ha sido hasta el momento el día donde se han registrado más muertos en Italia. Circuló un video que mostraba camiones yendo a los hospitales a buscar los cadáveres para cremarlos, pues no había urnas suficientes. Otro post publicado, comentaba que también en Italia se están donando o prestando tablets para que los familiares se despidan por vías digitales de sus parientes graves o enfermos. Una sesión en Skype que se convierte forzosamente en la última, asistida por un médico que, forrado en plástico, sostiene el aparato frente a un paciente en una camilla.

19 marzo

A, mi roommate mexicano, nos anuncia por el grupo de Whatsapp que se devuelve a México a estar con su familia. Por tiempo indeterminado y sin mayores planes, que no sea vivir lo que sea que vayamos a vivir cerca de los suyos. Adivino algo de ansiedad y a la vez paz en su decisión: en familia se está siempre mejor. Así solo cambie la brisa, la casa es la casa. 

Horas más tarde me explica que no se irá a ciudad de México, sino a otra localidad, al rancho familiar. Podrá trabajar un poco con su papá. Es época ¿quizás? De arrepentimientos o miedos. De hacer lo que siempre hemos querido.

Hablé por Facetime con J, en Barcelona. Luce cansado y aturdido. Hoy tuvo que servirse un par de tragos y sentarse a redactar cartas de despido. Tiene un restaurante con poco más de un año abierto, y ha tenido que cerrarlo de momento. Apenas unas semanas atrás, Ferrán Adriá uno de los mejores chefs del mundo, pasó por el sitio, probó la comida y le gustó. Un buen augurio. Tres semanas después, J tuvo que despedir a su nómina. 

20 marzo

Veo fotos de un edificio histórico de Maracay en el grupo de Facebook “Maracay solo su pasado histórico”. Hasta hace poco, una foto así, de hace 70 años, era una foto del pasado. Ahora mismo, una foto de hace 15 días es el pasado. Una cena con amigos en casa de A, las mañanas siguientes con M en esa misma casa. La luz del invierno de 2020 en Chelsea o la calle 50 con 10 avenida. Todo eso es el pasado.

Primer viernes recluido. Todo un poco calmado. Anoche me tomé una botella de vino entera, en 5 horas. Me eché al piso a escuchar música solamente. Con el iPod. Sin internet, sin aparato, sin mensajes instantáneos. 

21 de marzo

Es difícil espaciar la temporalidad ahora. Me duermo a las 6 o 5 de la mañana. Algunos días he alcanzado hasta las 7 am despierto. Leyendo, pensando. Olvidando, sobre todo. Que el mundo esté afuera para poder volver cuando se quiera, resulta un despropósito.

La sensación personal y por lo que percibo, global, es que estamos inmersos en un mismo día. Un mismo día elástico que se extiende y en el que ocurren siestas, duchas, llamadas, muertes. Sin movimiento es muy difícil percibir el paso del tiempo. No vemos alteraciones o cuesta verlas. Hoy he visto alguna. La luz, por ejemplo, ya no es esa tristeza mortecina de invierno. Hay otra, más cálida y firme. Con la cercanía de abril empieza esa curva que hace caer la temperatura por las noches pero que las recupera durante la mañana. La duración del día, a su vez, se ha estabilizado. Los días vuelven a terminar hacia las 7:30pm.

Murió Lorenzo Sanz. Alguien que presidió el Real Madrid entre 1995 y 1999. No sé si dirigió o fue de sus dueños. Tenía, creo, 76 años. Murió por el virus. Recientemente me preguntaba si en caso de muertes de famosos, (como si eso preocupara más) dirían directamente la causa de la muerte y si estaba vinculada con el virus. En esta ocasión lo han hecho.

También murió Kenny Rogers hoy, pero de forma natural. Tenía 83 años y 60 años de carrera. Yo solo lo recuerdo por su participación en We are the world.

La cifra de muertos en Italia crece. Todos los días, desde hace dos días, Italia rompe su propio récord.

Hoy salí por primera vez en 5 días, desde que hice mi último mercado. Salí a botar la basura, curiosamente, el último residuo que me quedaba de aquella vida anterior: una bolsa con residuos domésticos, servilletas, algún ticket o factura. Una caja de la última pizza que pedí antes de la cuarentena. Me tardé en sacarlas. No olían mal. Despejé mi closet, limpié el piso de mi habitación y salí. Al hacerlo, tomé una foto de la calle y del colegio que está en la esquina de mi edificio.

Cuando me mudé a este sitio en 2017, rara vez reparé en el hecho de que había una escuela de niños tan cerca. No sé si estaba cerrada. No soy una persona especialmente distraída, pero no sentía la presencia o tardé en sentirla. Creo que fue a partir de algún punto de 2018 que empecé a advertir los timbres, la campana, y, sobre todo, entre las 2 o 3 de la tarde, la presencia de niños corriendo o jugando, saliendo desesperados, disparados hacia sus casas.

Es un bloque marrón, rectangular. Está cubierto de lonas negras porque está en remodelación. Creo que tiene más de un año bajo esos trabajos. El hecho es que, de noche, siempre se siente a los obreros, los trabajadores. Tienen otros horarios. Se escuchan taladros, soldaduras.

Hoy me di cuenta de que no los he sentido más. No sé si es por el fin de semana o porque también los han mandado a su casa. Pero hasta hace, digamos, tres días, sabía que estaban allí. Me respondí a mí mismo en un par de ocasiones que esos trabajos no implican contacto físico directo, y que más bien, suele estar mediado por la materia: madera, cemento, plástico. Además, los trabajadores de obras de construcción trabajan con la boca tapada por costumbre. Son los cirujanos de las estructuras.

Cuando salí a botar la basura, me detuve justo antes de volver a entrar al edificio y le tomé una foto a la escuela. Sola, pero iluminada. La calle estaba desierta y solo se percibía el movimiento del cambio de las luces en los dos semáforos que hay entre Suydam y St. Nicholas Ave. “Esto es nueva York”. “Recuerda que vives en Nueva York”, fue lo que me dije a mí mismo. Entré de nuevo al edificio. 

Fotografía de Juan Luis Landaeta

22 de marzo

Al despertar, vi el comentario de P, amigo escritor, que suele vivir en Barcelona, consultando, con dudas, si eso que acaba de surcar o sonar en el cielo de Caracas, eran aviones de guerra. No sabía que P estuviera en Venezuela. No sé en qué circunstancias está. Si estaba allá antes de que todo el asunto del virus explotara o si lo hizo justo a tiempo, huyendo de Cataluña. No sé si estar en Caracas es mejor. En fin, él lo hizo. Va con alguna regularidad.

En efecto, se confirmó. El ministro de la defensa de Venezuela, sirviéndose de un tuit, confirmó que los aviones surcaban el espacio llevando un mensaje de paz y unión o de seguridad. Es un acto, claramente, un gesto muy parecido a otro que vi días atrás y que me produjo risa.

LP me envió, apenas se radicalizó la situación o al menos se tornó crítica en Italia, un video de unos cinco aviones de guerra, dejando una estela de humo con el tricolor italiano. Era sencillamente un espectáculo. Algún desprevenido dijo que los aviones volaban con Nessum dorma de fondo. Es claro que esa parte vino luego, con la edición del video, con la digestión del contenido y su edición estratégica.

En ambos casos me pareció ridículo, además de inútil. Estrictamente simbólico, pero además caduco. ¿Qué quiere decir un Estado con estos gestos?

Los de Venezuela en teoría también dejaban una estela que a la postre conformaría nuestro tricolor. Solo que apenas consiguió unos hilos pálidos, casi acromáticos en el cielo.

El mensaje del ministro venezolano fue:

“Aeronaves de la gloriosa Aviación Militar Bolivariana pintan el cielo con nuestro tricolor nacional, insuflando aliento y espíritu de cuerpo. Honor a los que están en la trinchera de la salud, a los cuerpos de seguridad, siempre al servicio del Pueblo. Unidos Venceremos”.

Otro, creo que anterior:

“Venezuela está librando una batalla por la vida. Mañana a las 10:00 hrs, aviones de la gloriosa Aviación Militar Bolivariana levantarán su vuelo magistral y surcarán el cielo patrio; cuando todos unidos levantaremos nuestras miradas, allá donde cada pregunta tiene una respuesta”.

¿Dónde cada pregunta tiene una respuesta? ¿En el cielo? ¿En Dios? ¿En el absurdo?

¿Para qué? ¿Hay alguien que sienta orgullo, en vez de miedo, viendo todo esto contra el azul celeste de marzo?

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¿Cómo prevenir el contagio?
La recomendaciones principales de la Organización Mundial de la Salud son:

  • Lavar las manos con agua y jabón con frecuencia, o usar gel desinfectante con una base de alcohol de al menos 60%.
  • Evitar tocarse la cara con las manos.
  • Cubrirse al toser o estornudar con la parte interna del brazo.
  • Evitar el contacto con personas infectadas.
  • Mantenerse al menos a un metro de distancia de otras personas en lugares públicos.
  • Desinfectar las superficies con las que se tiene contacto frecuentemente.

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Si usted ha viajado o ha tenido contacto con personas que hayan estado en países afectados, o presenta síntomas similares a los de la enfermedad, consulte a su médico.

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