COVID-19

Prohibido sentarse en las bancas que están hechas para sentarse // Diario de la peste

Un niño con una máscara facial monta su bicicleta junto a un trabajador que desinfecta un banco en Madrid. Fotografía Gabriel Bouys | AFP

03/05/2020

Bancas del parque con cintas que indican que nadie puede sentarse.

Cintas rojas con blanco, iguales a las que rodean a los autos mal estacionados.

La banca está mal estacionada porque está vacía, y eso es una invitación.

Prohibido sentarse en las bancas que están hechas para sentarse.

En Francia, alguien hace gimnasia; y allá al fondo hay una grúa.

Son los dos únicos elementos que parecen vivos.

El hombre levanta los brazos al inspirar y la grúa no se mueve, pero es más alta.

Las grúas son animales gigantes, animales de construcción.

Las máquinas de construcción también se quedaron a la expectativa.

Esa grúa ha de estar parada desde hace mucho tiempo. Ya ha de estar loca, también.

Alguien de 62 años dice: es complicado. Estoy jubilado, no veo a nadie.

Boris Johnson le pone a su hijo el nombre de dos médicos que le salvaron la vida.

El Reino Unido con 621 víctimas mortales más.

Y en Italia continúa, no se detiene. Cuatro, siete, cuatro.

En otros puntos del mundo, por miedo o por abandono: se olvida a algunos cuerpos.

En ciertas tribus, a los hombres que no habían sido sepultados por sus familiares o amigos se les llamaba insepulti.
Pascal Quignard habla de eso.

Se creía que se quedaban vagando: ni en la tierra ni en el cielo.

U-topos: sin lugar. Los insepulti serían, literalmente, «utopías: cuerpos sin lugar».

Una utopía en forma de cuerpo: ni en el cielo ni en la tierra. Los insepulti.

Francia va a imponer una cuarentena de 14 días a todas las personas que quieran entrar en el país.

El que llega, tarda dos semanas en cruzar las nuevas fronteras.

Ya no es espacio. En 2020, la nueva frontera es tiempo: 14 días.

Es necesario volver a los rituales. Inclinar la cabeza en el momento oportuno para después poder levantarla.

Hay un tiempo para todo; y todo exige su propio tiempo.

El luto, la resistencia y la alegría.

¿Cuanto tiempo tardas en cruzar la frontera?

Dos semanas. Más tiempo que en el siglo XIX.

Mareos ayer; por la tarde, acostado.

Me corto la barba con la máquina que se cayó al agua hace dos semanas pero sobrevivió como un náufrago de metal.

La máquina pierde la memoria fácilmente.

Ya no se acuerda de nada: funciona.

Calor algunas horas. Pero el viento viene y dice que aún existe.

El limonero a reventar, algunos colores nuevos surgiendo de la tierra, que es siempre del mismo color.

Extrañeza y respiración fuerte.

Ruidos de animales acostumbrados a lo caliente: los pequeños animales vuelven y traen un desasosiego de frecuencias bajas.

Daniel Hahn me recuerda que el perro de Freud sintió el olor moribundo de su dueño y huyó de su cuarto unos momentos antes de que muriera el Dr. Psicoanálisis.

Ha de haber algo físico, que llega y ahuyenta hasta a los perros fieles.

Ningún perro se asusta con una idea o una palabra; por eso la muerte ha de ser una especie de animal. Quizá un animal enorme; y nosotros no la vemos.

«Oí zumbar una mosca — cuando morí». Emily Dickinson.

Algunos ventiladores llegan a Europa con las instrucciones en mandarín.

Diez minutos no alcanzan para aprender chino, dice alguien.

Imagino la necesidad de aprender una lengua para resolver una situación urgente.

Jardín de Morya, mi oráculo.

«Al llegar a las encrucijadas, toma sólo el camino nuevo.»

Avanzar por el camino nuevo hasta llegar de nuevo a casa.

Una encrucijada con puros huecos y trampas; y un siglo sin caminos viejos.

***

Este texto fue publicado originalmente en portugués en el diario Expresso de Portugal el 2 de mayo de 2020. La traducción al español es de Paula Abramo.


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