COVID-19

“Solo vivimos juntas once meses”

Fotografía de Roberto Mata | RMTF

11/06/2020

Yo trabajo para el gobierno, en el departamento de licencias de licores y tabaco. Atendí sin protección a unos señores italianos y a un señor chino que solicitaban licencias para un restaurante. Las máscaras estaban indicadas para las personas enfermas, no para las sanas en esos días. Me preocupé. Podía contagiarme y enfermar a mi madre y a Gianmarco, mi hijo mayor, que es autista y su sistema inmunológico es más vulnerable.

Lunes 16 de marzo. Último día de colegio por la cuarentena decretada en el sur de la Florida, de Valeria (11) y Gianmarco (13). Recogen sus útiles escolares. A partir de ese día deben quedarse en casa.

Jueves 17 de marzo. Dalia (80), mi madre, me llama y me dice que no puede hacer el almuerzo porque se siente mal. Una gripe. Un malestar. Un dolor de cuerpo. Desde la oficina en Doral le pido comida para llevar a domicilio. Vivimos en Pembroke Pines. Chipotle, porque a mis hijos les encanta mexicano, a ella no.

Sábado 21 de marzo. Es mi cumpleaños (51). Torta, velas, bombas y una celebración planificada por FaceTime. Mi madre, mis dos hijos, una sobrina y los que se conectaran. 

Desayunamos tarde y a las 11:30 de la mañana mi mamá sube al baño. Se desmaya. No escucho. Subo porque no me responde. 

Mi segundo esposo murió así, en el baño. De repente. Lo mató una alergia. 

La conseguí en el piso, inconsciente. Reviví todo. Me puse a gritar. Me di cuenta que estaba desmayada y llamé al 911. Había una cola de carros a la entrada de la urbanización y mi novio, que estaba esperando para entrar con mi regalo, ya sabía lo que estaba pasando. Gestionó su ingreso. «Esa ambulancia va para la casa de mi novia, por favor déjenla pasar».

La ambulancia llegó en seis minutos. Se la llevaron al Memorial Hospital Miramar.

No pude ir con ella. Me dijeron que no fuera, porque no me iban a dejar entrar. El hospital tenía el protocolo del covid-19. No hay visitas. 

Cantamos el cumpleaños. Ocho velas. Lo hice por mis hijos. 

Logré hablar por teléfono con ella a las siete de la noche. Tenía la tensión alta, covid-19 y buen humor. Me reclamó que no le había mandado maquillaje ni un cepillo para peinarse. «No le digas a nadie que tengo esto, mis amigas me pueden rechazar».

Domingo 22 de marzo. La mandan para la casa. No tenía los pulmones complicados. Fui a buscarla y me la entregaron en una silla de ruedas. Nunca entré al hospital. Las indicaciones fueron tenerla aislada y que yo usara tapaboca.

Se hizo unas panquecas pero no comió, le hice una sopa de pollo. 

Estuvo en casa viendo televisión, descansado, deteriorándose poco a poco. Por el covid-19 suspendieron «Enamorándonos», un reality show que transmite Univisión dedicado 100% al amor. Eso la molestó.

Miércoles 25 de marzo. Le puse una silla en la ducha para que se bañara con comodidad. Se paró, se resbaló y se cayó. Llamé al 911. La vestí en el piso porque no pude levantarla, no sabía quién iba a atenderla. Se negó a ir al hospital. Una paramédico la levantó sin ayuda. No fue al hospital. Tenía la tensión alta. 

Gianmarco durmió con ella todas esas noches. No quiso dejarla sola. Le pedí a Dios que lo protegiera. 

Domingo 29 de marzo. Fue al baño. No podía pararse, la ayudé. Fuimos juntas al cuarto, perdió las fuerzas, terminamos en el piso las dos. Se puso a llorar: «No puedo más, esto es humillante, no puedo, no quiero luchar más».

Valeria llamó al 911 y a mi hermano para que me ayudara a convencerla de ir al hospital. Le puse una almohada, la arropé, todo en el piso. Estaba delirando. Se la llevaron con un bolsito con ropa, maquillaje y un cepillo para peinarse. 

Esa fue la última vez que la vi.

Martes 31 de marzo. Conversación por FaceTime a través del teléfono de una de las enfermeras. 

¿Cómo te sientes, mami? 

Me falta un poco el aire.

Bueno, mami, pero estás luchando, eres una guapa, estás fajada. Cuando me llamen voy corriendo a buscarte, ¿oíste? Yo no te voy a abandonar. 

¿Ok, mamá? 

Ok. 

Después la intubaron.

Las enfermeras fueron muy especiales, me llamaron desde sus teléfonos para decirme cómo estaba ella. Fueron una heroínas. No sólo estuvieron al frente, con tanto riesgo en primera línea, fueron humanas, hicieron ese algo extra que marcó la diferencia. Estoy tan agradecida. 

Me dediqué a informarme, a conocer todas las estadísticas, los nuevos contagios, los fallecimientos, los números. Una obsesión.

Miércoles 8 de abril. Me llaman del hospital para decirme que está mejor, que intentaron quitarle el respirador pero no funcionó. Pero que está mejor. 

Jueves 9 de abril. Me llamó el doctor que la estaba atendiendo en la mañana para preguntarme, que en caso de que fuese necesario si yo aprobaba revivirla, dijo. Hagan todo lo necesario, contesté. Para revivir, hay que autorizar.

La hidroxicloroquina, lo único que le recetaron, la tengo en casa. Nunca se la llegué a dar porque cuando llegó ella estaba de vuelta en el hospital. 

Mi hermana menor, Vivian, tuvo un accidente de tránsito el 2 de junio 1992 en Venezuela, quedó en coma. La desconectaron y no murió. Tenía 29 años. Estaba casada y tenía un hijo. Mi mamá se encargó de su divorcio y de cuidarla hasta el 25 de noviembre de 2005, en el apartamento de San Luis en El Cafetal, Caracas, durante 13 años, cuando finalmente falleció. Para ese entonces ya eran otras, mi hermana y ella. 

Perdió algo de su alegría.

9:00 pm. Me llama el mismo médico. Lo siento mucho, tratamos de revivirla, pero tuvo un paro cardiaco. Murió a las 6:30 pm. No se preocupe por el cuerpo, nosotros nos vamos a encargar. 

Lloré. Gianmarco no dijo nada. Se sentó conmigo y me secó las lágrimas. 

Él es autista no verbal, habla muy poco, pero es bilingüe. No quiere que le hable en inglés porque no le gusta mi acento.

Viernes 10 de abril. Llamo al hospital, todavía con la esperanza de que hubiese sido una equivocación. Cuando no ves morir a alguien no tienes el cierre de la historia. Me confirman su muerte.

Me puse a buscar funerarias, porque conozco algunas. He pasado por esto antes. Yo me encargo del cuerpo de mi mamá, nadie lo va a hacer por mí. Ella dejó el dinero de su entierro a mi nombre, «para que sea más fácil todo». Lo usé y lo que sobró se lo di a mi sobrino, su nieto, huérfano de madre. 

La cremaron, tres días después. Mandaron una foto para confirmar que ella era ella a solicitud nuestra. Todo fue en línea. Esa foto la vieron mi hermano y mi novio. Yo no quise. No quiero, pero pedí que no la borren. Quizás más adelante la pueda ver. Al parecer luce dormida. 

Sábado 11 de abril. Me hice la prueba del covid-19. Resultado negativo. 

En 2019 la llevé a Disney y se montó en todas las montañas rusas. Yo no lo hago, me dan miedo y me mareo. 

Gianmarco dibuja la piscina a la que iba con la abuela en Kendall, donde vivía desde 2007. 

Valeria no ha querido salir de la casa. Ha usado, desde que murió, la franela deportiva que usaba su abuela. No se la quita.

Las amigas de mi mamá asistieron al velorio vía Zoom, ninguna se ha contagiado. 

Solo vivimos juntas once meses. 

***

Myrna Esterling, 51, abogado. 


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