Una convención indiscutida de las películas de zombis es que tales personajes fantásticos han perdido toda forma de dignidad humana y se convierten en alimañas cuya destrucción, necesaria en el plot, no tiene consecuencia moral.
A mediados del siglo XIX, Ignaz Semmelweis, un médico obstetra húngaro, estaba espantado por las elevadas cifras de muertes de mujeres que acababan de dar a luz. La circunstancia lo condujo a descubrir que lavarse las manos evitaba infecciones.
En este tiempo de pandemia y sobreinformación, se agradece a cualquier pensador brindar un poco de luz, a fin de entender el sentido de los sucesos.
Ante la actual pandemia de dimensiones planetarias, ha tomado mayor sentido la implacable sentencia de Umberto Eco: “El primer deber de los intelectuales: permanecer callados cuando no sirven para nada” (L’Espresso, 24 de abril de 1997).